“Infierno de alta tecnología”, “Alcatraz Rocoso”, “SuperMax”, son algunos de los sobrenombres de la cárcel en la que el narcotraficante Joaquín “Chapo” Guzmán pasará el resto de sus días.
La penitenciaría, localizada en Florence, Colorado, es considerada una de las más seguras y crueles de Estados Unidos.
Tras ser declarado culpable por un jurado de Nueva York de delitos de narcotráfico, posesión de armas y lavado de dinero, El Chapo fue sentenciado a una cadena perpetua no negociable y será enviado a la prisión de máxima seguridad (ADX).
Construida en 1994 en el corazón de un desierto montañoso, esta instalación rodeada de torres de vigilancia y hombres fuertemente armados, convierte a la tarea de escapar en una empresa prácticamente imposible de realizar.
Los prisioneros más peligrosos están confinados 22 horas y media al día en una celda de hormigón y acero de 2.1 por 3.6 metros, de la que solo pueden salir con grilletes en pies y manos.
Robert Hood, un exguardia en Florence, dijo que esta prisión no era más que “una versión del infierno más limpia” y “mucho peor que la muerte”.
El Chapo se unirá a otros narcotraficantes sentenciados, pero también a condenados por terrorismo como Ramzi Youssef, autor intelectual de los primeros ataques al World Trade Center en 1993; Zacarias Moussaoui, el francés condenado en relación con los ataques del 11 de septiembre del 2011; Djokhar Tsarnaev, condenado a muerte por los ataques de Boston en 2013; o del terrorista estadounidense Theodore Kaczynski, conocido popularmente como ‘El Unabomber’, responsable de la muerte de tres personas.
El Centro de Información sobre Correccionales de Washington DC (DCICC), organización autorizada por el Congreso de Estados Unidos, indicó que la inmensa mayoría de los reclusos (92 por ciento de 427 prisioneros al momento de la visita en abril 2017) fue transferida de otras cárceles federales por “problemas disciplinarios”. Muchos sufren también desórdenes mentales.
Los prisioneros están encerrados en solitario en la celda de 8 metros cuadrados, con una cama, un escritorio y un banco de concreto. Una regadera, inodoro y lavabo de acero inoxidable. La luz del día pasa por un agujero profundo de 10 centímetros de ancho a 120 centímetros de altura, que impide ver hacia el exterior.
Las celdas tienen una puerta de acero sellada, por lo que los reclusos no pueden hablar entre ellos. El único contacto humano viene con las pocas palabras que intercambian con los guardias, cuando traen y se llevan la comida.
Las visitas están permitidas, pero tienen que ser aprobadas por la cárcel. Según los abogados del Chapo, Emma Coronel no tendrá autorización para verlo.
El único momento para ver la luz del sol es en los minutos de “recreación”. Tres o cinco guardias llevan al recluso en cadenas a una especie de jaula, no mucho más grande que la celda, donde finalmente puede ver el cielo y hablar, si coinciden, con otros presos en jaulas vecinas.
Esas “salidas” se limitan a 10 horas semanales, según un informe de Amnistía Internacional de 2014, que denunció que el centro de detención “no cumple con los criterios internacionales para el trato humano de prisioneros”.
Con información de López-Dóriga Digital
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