En pobreza más de la mitad de niños mexicanos.

Estamos a unos cuantos días de que se festeje en nuestro país una fecha muy importante (30 de abril), pues es un día dedicado a los niños. ¿Por qué se decidió a nivel mundial destinar un día de nuestro calendario para festejar a los más pequeños de los hogares? ¿Cuántos años se tiene festejando en nuestro país? ¿Se ha cumplido con la meta de aquel entonces de proteger a los niños? Veamos algunos datos:

Los niños siempre han ocupado un lugar central en la sociedad mexicana (aunque no siempre han sido vistos de la misma manera), por ejemplo, en la época prehispánica eran considerados “un regalo de los dioses” y los llenaban de consejos amorosos y discursos educativos, aunque eso no quitaba que los aztecas, por ejemplo, al ser una sociedad militarizada, fueran muy severos en la educación de sus hijos. Los castigos eran terribles, tal como hacerlos respirar humo de chile o punzarlos con espinas de maguey. Los niños eran disciplinados sin importar que fueran nobles, nadie podía desobedecer.

En la Colonia, la suerte de cada niño era definida por el lugar en el que nacía dentro de la sociedad (un poco… bueno, muy parecida a la actual). No era la misma infancia la que tenía el hijo de un negro, que el de un indígena, el de un criollo, un español peninsular o el de un mestizo.

En las leyes del México contemporáneo se supone que los niños son considerados el futuro del país y por eso sus derechos deben ser resguardados, aunque los altos índices de pobreza y trabajo infantil que todavía existen ponen en duda el compromiso del Estado por lograr que esos derechos se respeten.

La instauración del 30 de abril como el Día del Niño en México fue durante el gobierno de Álvaro Obregón, luego de que el país se sumara a la Convención de Ginebra en el año de 1924, después de analizar los efectos negativos que tenían las guerras en la población civil y en especial en los niños, dicha Convención emitió la Declaración de los Derechos de los Niños.

Sin embargo, los mexicanos no podemos engañarnos con los festejos y cerrar los ojos ante la problemática que atraviesan millones y millones de niños y adolescentes en nuestro país.

Mientras que en las leyes los niños y las niñas están protegidos, en la realidad más de la mitad de los 40 millones de menores que viven en México están en situación de pobreza (cifras de la Unicef en México). El documento señala que más de la mitad de la población infantil, 21.2 millones de niños, niñas y adolescentes, 53.8% se encuentran en condición de pobreza y 4.7 millones, el 11.9%, en pobreza extrema. Además, cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) señalan que el 78.6% de los niños y adolescentes indígenas se encuentran en situación de pobreza y, en pleno siglo XXI, estados como Chiapas tienen el 82.3% de los niños en la pobreza, Oaxaca el 72.6%, Guerrero en 71.6%, Puebla el 71.6% y Veracruz el 65.9%.

Muchos de estos niños de entre 5 y 17 años son obligados a trabajar (3.6 millones) y de estos más de un millón tiene menos de 14 años, cuando la Ley Federal del Trabajo prohíbe la contratación de estos menores. El hambre y la necesidad los obligan a trabajar, mientras que los gobiernos de todos los niveles actúan como el chango que dice “no veo” y “no oigo”.

Muchas son las consecuencias que trae a los niños la pobreza: una mala alimentación en edades tempranas puede provocar enfermedades cardiovasculares, anemias, descalcificación en los huesos y problemas respiratorios en edad adulta, puede provocar un acortamiento en la esperanza de vida. A nivel psicológico, los menores que estén en esta situación, en edad adulta podrán padecer depresión, ansiedad y estrés, ya que un buen desarrollo mental en los primeros cinco años de vida es fundamental. Y en los hogares afectados por el desempleo, bajos recursos económicos o desahucios, son familias que viven muy presionadas y nerviosas. Estos estados de ánimos son transmitidos a los más pequeños, que van a desarrollar problemas de dependencia e inseguridad. También se pueden dar conductas violentas de adultos, por haber vivido situaciones de ira y tristeza en su hogar a edad temprana, muchos menores se sienten frustrados y pesimistas con respecto a su futuro. En menores que se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social existe un alto nivel de fracaso escolar, el estrés sufrido en casa les puede provocar problemas de concentración en el estudio, un mal desarrollo cognoscitivo que le impida realizar estudios superiores, llegan al colegio cansados y preocupados, y cuando llegan a casa no tienen la atención necesaria, siendo el conjunto de todas estas situaciones lo que produce dificultades en su capacidad de aprendizaje.

Por eso es muy importante cambiar este modelo económico que existe en nuestro país, modelo neoliberal que sólo piensa en la ganancia a costa de lo que sea, aunque estos sean niños. Los niños merecen un país más justo, donde sus padres tengan un empleo digno, bien pagado, donde el gasto social se destine a obras y servicios de las mayorías, donde se paguen impuestos justos, de acuerdo a sus ganancias y no solo se carguen los cobros a los trabajadores, al pueblo pobre porque somos un chingo. Por eso necesitamos organizarnos y luchar por una patria más justa para todos los pobres, en especial para nuestros niños, y esto es los que quiere el Movimiento Antorchista.

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