El Hombre libre por la libertad de pensamiento.

La belleza inmensurable de las concepciones del espíritu de la que somos depositarios como herederos universales del talento humano, suele ocultarnos lo terriblemente difícil que ha sido para el hombre poder sobrevivir ante una naturaleza hostil y devastadora.

Comprender el entorno hasta vencerlo y ser capaces al mismo tiempo de elevar tales expresiones de su espíritu creativo y su inteligencia, ha sido un esfuerzo heroico y grandioso que pertenece por igual a todos los hombres, de todas las civilizaciones, de todos los tiempos, cualquiera que sea su condición personal.

La civilización de los mayas así como la olmeca, la incaica o bien la fenicia, la egipcia, la china, la hindú o las civilizaciones europeas que hemos heredado, son el último reducto del hombre mismo para oponerse a su autodestrucción.

El reconocimiento y el asombro que nos produce la contemplación de esta herencia espiritual, puede y debe preservarnos de nuestro instinto proclive a someter a otros hombres, a otras civilizaciones, a otros pueblos, y entender que el esfuerzo común de nuestra creatividad personal o colectiva, debe ser el motor que preserve el espíritu de nuestra época, y permita a nuestros descendientes recibir el beneficio de nuestra verdadera capacidad social y política, y además nos rescate a nosotros mismos orientándonos en un mundo de confusiones que a veces nos parece indescifrable.

De tal manera que el ser libres intelectualmente y poder proclamar nuestro derecho a pensar y manifestarnos, permitirá librarnos de la herencia colonial que todos llevamos dentro: el fanatismo religioso oscurantista que nos aleja de lo que somos, hombres libres de y por el pensamiento y poder crear una sociedad susceptible de ser letrada, ya que a fuerza de hablar, a fuerza de leer y a fuerza de escribir, se llega a educar a los seres humanos, que es tanto como cambiar su condición.

De esta forma no debemos claudicar como sociedad en combatir todo indicio de corrupción, malos manejos, latrocinios, peculados, tráfico de influencias y demás tipos penales que ejercen las autoridades que ostentan el monopolio del poder, que, soterrados bajo la figura antijurídica del fuero socavan cada vez más la economía del pueblo mexicano, y éste sólo se ha reducido a cobrar su cuota de poder que legítimamente le corresponde: el voto, pero que más allá de él no va, no actúa, no dice, no critica, no sanciona; México es un pueblo espectador por excelencia.

Por Samir Cámara Jardón

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